Comença la tanda de recomanacions que vam engegar el 14 de febrer amb la jornada "Amb un llibre a la mà". Mica en mica us anirem presentant alguns dels fragments que vam compartir amb tots vosaltres.
Inaugurem la secció amb Momo, de Michael Ende. Molts de vosaltres coneixereu l'autor per la famosa novel·la fantàstica La història interminable, la qual fins i tot va ser portada al cinema. Gentilesa de la nostra directora, la bibliotecària també va tenir l'oportunitat de compartir la seva lectura amb el grup de 3r d'ESO-B. Vam triar aquest llibre, podriem dir un conte per adults, per la seva metàfora dels homes grisos (que roben els temps als humans); tant actual tot i que l'obra ja té els seus anyets... En especial, el fragment on es presenta la qualitat fonamental de la protagonista de la història, que té el do especial de saber escoltar la gent. El trobareu a les pàgines 19- 21 del llibre que tenim a la Biblioteca, per si li voleu fer una ullada (si cliqueu sobre la imatge se us obrirà la fitxa del llibre). Aquí va:
"De ahora en adelante, Momo vivó muy bien, por lo menos según su propia opinión. Siempre tenía una u otra cosa que comer, unas veces más, otras menos, tal como iban las cosas y según la gente pudiera prescindir. Tenía un techo sobre su cabeza, tenía una cama, y, cuando tenía frío, podía encender el fuego. Y, lo más importante: tenía muchos y buenos amigos.
Se podría pensar que Momo sólo había tenido mucha suerte de haberse encontrado con gente tan amable, y la propia Momo lo pensaba así. Pero también la gente se dio pronto cuenta de que había tenido mucha suerte. Necesitaban a Momo, y se preguntaban cómo habían podido pasar sin ella antes. Y cuanto más tiempo se quedaba con ellos la niña, tanto más imprescindible se hacía, tan imprescindible que todos temían que algún día pudiera marcharse.
De ahí viene que Momo tuviera muchas visitas. Casi siempre se veía a alguien sentado con ella, que le hablaba solícitamente. Y el que la necesitaba y no podía ir, la mandaba buscar. Y a quien todavía no se había dado cuenta de que la necesitaba, le decían los demás:
- ¡Vete con Momo!
Estas palabras se convirtieron en una frase hecha entre la gente de las cercanías. Igual que se dice: "¡Buena suerte!", o "¡Que aproveche!", o "¡Y qué sé yo!", se decía, en toda clase de ocasiones: "¡Vete con Momo!".
Pero, ¿por qué? ¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos?
No; Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso.
Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que- ya que vivía en una especie de circo- sabía bailar o hacer acrobacias?
No, tampoco era eso.
¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo?
Nada de eso.
Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie más era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única.
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de repente cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O que los tímidos se sintieran de repente muy libres y valerosos. O que los desgraciados y agobiados se vovlieran confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante, a su singular manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!"
"De ahora en adelante, Momo vivó muy bien, por lo menos según su propia opinión. Siempre tenía una u otra cosa que comer, unas veces más, otras menos, tal como iban las cosas y según la gente pudiera prescindir. Tenía un techo sobre su cabeza, tenía una cama, y, cuando tenía frío, podía encender el fuego. Y, lo más importante: tenía muchos y buenos amigos.
Se podría pensar que Momo sólo había tenido mucha suerte de haberse encontrado con gente tan amable, y la propia Momo lo pensaba así. Pero también la gente se dio pronto cuenta de que había tenido mucha suerte. Necesitaban a Momo, y se preguntaban cómo habían podido pasar sin ella antes. Y cuanto más tiempo se quedaba con ellos la niña, tanto más imprescindible se hacía, tan imprescindible que todos temían que algún día pudiera marcharse.
De ahí viene que Momo tuviera muchas visitas. Casi siempre se veía a alguien sentado con ella, que le hablaba solícitamente. Y el que la necesitaba y no podía ir, la mandaba buscar. Y a quien todavía no se había dado cuenta de que la necesitaba, le decían los demás:
- ¡Vete con Momo!
Estas palabras se convirtieron en una frase hecha entre la gente de las cercanías. Igual que se dice: "¡Buena suerte!", o "¡Que aproveche!", o "¡Y qué sé yo!", se decía, en toda clase de ocasiones: "¡Vete con Momo!".
Pero, ¿por qué? ¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos?
No; Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso.
Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que- ya que vivía en una especie de circo- sabía bailar o hacer acrobacias?
No, tampoco era eso.
¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo?
Nada de eso.
Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie más era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar.
Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única.
Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de repente cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.
Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O que los tímidos se sintieran de repente muy libres y valerosos. O que los desgraciados y agobiados se vovlieran confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante, a su singular manera, para el mundo.
¡Así sabía escuchar Momo!"
Pot ser una bona lectura per aquests dies de vacances... Gaudiu-la!
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